El gato era uno de los muchos animales hermosos que se veneraban en Egipto, se le asociaba sobre todo con la protección; si bien los egipcios intentaron domesticar a todos los animales, al parecer solo lo lograron con uno que fue el gato.
Las pautas del respeto a la libertad y a la individualidad propia de la cultura egipcia permitieron hacer sinergia con el carácter original del gato, además de su estatus de compañero y amigo.
El gato, al que los egipcios llamaban miu, aparece representado en la vida cotidiana del antiguo Egipto.
El primer testimonio de un gato asociado al ser humano aparece en un entierro, en el cual el animal está sepultado junto a su amo.
Además, es representado en el Imperio Antiguo y en algunos relieves de templos, pero no fue sino hasta el reinado de Tutmosis III donde ya se ubica en pequeños sarcófagos.
En aquella época, el gato no podía ser propiedad de ningún humano, sólo los faraones tenían el honor de tener y domesticar a esta criatura sagrada.
Por lo tanto, los gatos estaban bajo la protección del faraón y de la ley que prohibía que se vendiera, lastimara o matara a cualquier gato.